jueves, 6 de enero de 2011

HUELLAS DE ARENA


Quizá en algún momento quise olvidar
que las burbujas de aire siempre quiebran:
dóciles e infantiles han de llegar
a ceder por el tiempo que desintegra.

Y así, cual videntes, vemos lo que ahora resta:
trozos meteóricos que colisionan,
por el ímpetu de la Tierra,
y, esparcidos por la vida,
se alejan prestos y sin vuelta.

Nadie advirtió de que crecer tuviese el color
de las amapolas marchitas,
que van tornándose cruentas;
y que se yerguen sobre un cielo apagado,
sin estrellas ni cometas.

Las constelaciones se forman en paz,
y los de abajo nos negamos a observarlas,
¿mientras nos consuele una mano en nuestra espalda,
qué importa lo que el firmamento narra?

Mas cuando las noches se pueden contar
de diez en diez, o de doce en doce,
crece la nostalgia de lo que creímos;
y cual niños reímos, al comprobar que de la infancia
acaso quedan roces.

La confianza entonces amarga nuestro paso,
y vocea que cómo pudimos creer en ella:
"¡date cuenta, mujercita, que a juzgar por los abrazos,
poco ha de dejar eterna mella!"
***

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